miércoles, 19 de enero de 2011

¡No!











«¡Qué humareda tenía yo ahí!...», suspiré así que el doctor, retirando el instrumento, me aplicó una venda empapada en un líquido que había de curar el taladro. «Es lo que, generalmente contienen los cerebros al hacerles esta operación delicada -declaró él, despidiéndome afectuosamente en la puerta-. Humo o aire... A veces también encierran aserrín; pero entonces renunciamos a operar. ¿Para qué?»

Calló un momento el millonario, satisfecho de la impresión que nos causaba su fantástica y embustera historia.

-¿Y sanó usted y vivió después de esa barbaridad que le hicieron?

-Ya lo ve usted, señora... Aquí estoy, a sus pies, y vivo aún... No solamente sané, sino que empecé a prosperar...; al principio, modestamente; después, aprisa; luego, en volandas... Debió de consistir en que los negocios, que me parecían tan antipáticos, se me hicieron atractivos y gratos apenas se me quitó, con la salida del humo, aquel desvarío de las pasiones, los heroísmos, las celebridades y las victorias; y como me apegué al trabajo y me encariñé con la realidad, la realidad vino a mí con los brazos abiertos, la fortuna me miró transportada y el capital, el esquivo capital, se precipitó en mis arcas como el río por su cauce... Y pude hacer infinitas cosas que me parecen difíciles, y conseguir algunas de las que apetecía en otro tiempo, ¡porque el capital es fuerza, y la fuerza es la ley del mundo!

Al hablar así, fue tan oronda y esponjada, tan radiante la sonrisa del millonario, que los concurrentes sufrieron íntima mortificación en su amor propio, y Anzuelo, siempre irónico, formuló esta pregunta:

-¿Le dijo a usted el médico cómo se llamaba aquella columnita de humo que le quitaba a usted de la cabeza?

-No por cierto -contestó, receloso, el potentado.

-Pues yo lo sé... Se llama «el ideal».



1 comentario:

  1. Mejor no remover en cabezas,por lo que pueda pasar.
    Ella también quiere creer.
    Besos.

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